Para que eso no se pierda, cad atanto voy a ir trayendo a este lugar esas historias. Así quedan a disposición de los nuevos y viejos mansioneros.
Hoy:
DESAYUNO
Todas las mañanas me despierto y bajo a la cocina, a preparar el
desayuno mío, y a supervisar de coté el preparado del desayuno ajeno.
Me encanta desayunar.
Generalmente lo hago en la terraza que da al norte, sobre la
Laguna, con otros mansioneros. Y cuando hace frío o sueño, en la
larga mesa del comedor.
Frutas, panes con semillas, leche y quesos. Uno que otro té.
Siempre mate... Esos son mis gustos, pero hay quienes prefieren un
cafecito chico y cargado, o bizcochitos de grasa, o facturas.
Otros quieren cacao, Okey de frutilla o banana, pan con
mermelada, o cafesotes con leche y chocolinas.
Muchos jovencitos desayunan con cereales y yogur. Otros con jugo
y alfajores, o ensaladas de tomate con cocacola. Unos pocos con
choripan y vino tinto, pero nunca faltan.
Cerveza con leche, me dijo una vez un mansionero alemán. Su nariz
roja y su panzota me dijeron que no debía experimentar ese desayuno.
Pero hay días que quienes desayunan empiezan mirando raro al
que está al lado en la mesa. Como si no entendieran que el otro
tiene derecho absoluto y total sobre la elección de aquello que lo
alimenta.
Pero no hay caso. Esos días vuelan galletitas arrojadas de una
punta a la otra de la mesa, y a veces peligrosas cucharas con miel.
Y no hay nada que los calme. Ni siquiera pararme en medio de la
mesa y gritar pidiendo respeto por mis canas.
He recibido desde zapatillazos hasta saquitos chorreantes de té.
Esos días me voy por los pasillos arrastrando las chancletas. Y
me quedo en mi habitación mirando el agua, allá abajo, que
refleja el sol o las nubes según corresponda.
No entiendo por qué tanto lío con el desayuno ajeno. No comprendo
adónde quieren llegar con eso de imponer su alimentación sobre el
otro.
Si lo que nutre a uno, a otro sólo lo enferma...
Pero esto que pasa, por más que me angustie o enoje, o trate de
combatirlo con algo de paz, es inevitable.
La intolerancia por el desayuno ajeno parece una enfermedad
endémica, y existirá mientras quede Mansión por habitar.
Lo único posible por hacer, es predicar con el ejemplo.
Insisto, cuando digo que son TODOS bienvenidos, no lo digo en
joda...
Y pueden elegir que desayunar. Yo no me enojo
desayuno mío, y a supervisar de coté el preparado del desayuno ajeno.
Me encanta desayunar.
Generalmente lo hago en la terraza que da al norte, sobre la
Laguna, con otros mansioneros. Y cuando hace frío o sueño, en la
larga mesa del comedor.
Frutas, panes con semillas, leche y quesos. Uno que otro té.
Siempre mate... Esos son mis gustos, pero hay quienes prefieren un
cafecito chico y cargado, o bizcochitos de grasa, o facturas.
Otros quieren cacao, Okey de frutilla o banana, pan con
mermelada, o cafesotes con leche y chocolinas.
Muchos jovencitos desayunan con cereales y yogur. Otros con jugo
y alfajores, o ensaladas de tomate con cocacola. Unos pocos con
choripan y vino tinto, pero nunca faltan.
Cerveza con leche, me dijo una vez un mansionero alemán. Su nariz
roja y su panzota me dijeron que no debía experimentar ese desayuno.
Pero hay días que quienes desayunan empiezan mirando raro al
que está al lado en la mesa. Como si no entendieran que el otro
tiene derecho absoluto y total sobre la elección de aquello que lo
alimenta.
Pero no hay caso. Esos días vuelan galletitas arrojadas de una
punta a la otra de la mesa, y a veces peligrosas cucharas con miel.
Y no hay nada que los calme. Ni siquiera pararme en medio de la
mesa y gritar pidiendo respeto por mis canas.
He recibido desde zapatillazos hasta saquitos chorreantes de té.
Esos días me voy por los pasillos arrastrando las chancletas. Y
me quedo en mi habitación mirando el agua, allá abajo, que
refleja el sol o las nubes según corresponda.
No entiendo por qué tanto lío con el desayuno ajeno. No comprendo
adónde quieren llegar con eso de imponer su alimentación sobre el
otro.
Si lo que nutre a uno, a otro sólo lo enferma...
Pero esto que pasa, por más que me angustie o enoje, o trate de
combatirlo con algo de paz, es inevitable.
La intolerancia por el desayuno ajeno parece una enfermedad
endémica, y existirá mientras quede Mansión por habitar.
Lo único posible por hacer, es predicar con el ejemplo.
Insisto, cuando digo que son TODOS bienvenidos, no lo digo en
joda...
Y pueden elegir que desayunar. Yo no me enojo
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